Ok, una breve explicación.
La verdad me gusta mucho escribir cuentos. Siempre los hago de cosas escalofriantes, más bien, traduzco pesadillas o fantasmas que imagino que me persiguen desde niña, y los convierto en historias. Casi a nadie le enseño mis cuentos, sólo a mi hermano o a mi papá. Al primero porque nos contamos todo y siempre hacemos ese tipo de cosas raras y al segundo porque me da la opinión de un escritor "consagrado", aunque la mayoría del tiempo no me toma en serio.
Este cuento lo hice hace pfff, ni me acuerdo cuando. Pero desde siempre ha sido de mis cosas favoritas que he escrito (Yo, la modesta.).
Con muy pocas personas comparto mis cuentos porque siento que un cuento es un texto todavía más íntimo que los debrayes sentimentales que puedas escribir de tu vida personal. Digo íntimo, porque en un cuento expresas cosas que sólo existen en las fibras más internas de tu ser, ese sí que es un lado que a nadie en la realidad cotidiana le muestras, porque es tu imaginación en el estado más puro.
En fin, ahí va el cuento, no me azotaré ya:
Los Viajantes y el Linternero
De todas las almas que rondan la
Tierra, no hay otras más desdichadas que las de los viajantes.
Almas tristes y desoladas que no fueron
lo suficientemente perversas para ingresar al Infierno, pero tampoco lo bastante
buenas para entrar al Cielo. En vida eran seres tan dispersos, tan falaces, que
nunca buscaron el objeto a su existencia
o su razón de vivir, nunca se preocuparon por obrar de una forma u otra, eran
seres de vida hueca, semi- inertes.
Por esta razón fueron castigados por el
ser supremo, ya que no les permitió salir de ese estado de sombras en el que
decidieron vivir, sin ir propiamente hacia la luz, o hacia la obscuridad.
Vagan por calles, por páramos, por campos,
por lechos de ríos o por la orilla del mar, sin rumbo, aunque ellos crean lo
contrario. Fueron engañados como parte de la sanción, se les dijo que debían
buscar la entrada al Paraíso, la cual, como es de suponerse, no se encuentra en
la superficie terrestre; pero estos desgraciados se niegan a aceptarlo y
recorren todo camino en busca de esa tenue esperanza de un mejor porvenir.
Así como el pastor guía a las ovejas,
así las almas son guiadas por el Linternero.
El Linternero no siempre ha sido el
mismo, ya que es una labor que ha pasado y pasará por muchas manos, no se sabe
quien fue el primero en realizar el penoso oficio, sólo puede suponerse que su
existencia es tan antigua como la más vieja de las almas. Cabe mencionar que no
es un puesto que se es asignado, es un puesto que se adquiere por una mala jugada
del destino.
Un día o una noche, se encuentra solo,
ve que se aproxima hacia él una persona, con los pies sangrantes de tanto
andar, la cara desencajada del infinito cansancio, y la mano engarfiada en una
linterna con una luz que apenas brilla, y que amenaza con apagarse pero nunca
lo hace. La persona se le acerca, y le pide al infeliz que le sostenga un
momento la linterna, que está demasiado cansado; si se niega y se aleja lo
perseguirán los gritos y reproches del Linternero, volteará por un segundo y verá a las miles de
almas grises que le siguen, con los ojos desorbitados y las caras llenas de
agonía, su corazón se sobrecogerá con un horror indescriptible al ver todo
aquello que hace segundos no estaba, pero cuando trate de entornar mejor los
ojos para dar explicación a su inquietada mente, todo se habrá esfumado.
La situación anterior es el mejor de
los escenarios, si acepta sostener la linterna, automáticamente se verá
obligado a ser el nuevo guía de aquellas almas, el Linternero previo reirá maniáticamente
y desaparecerá.
Así el nuevo chasqueado Linternero deberá
vagar incesantemente buscando algo que jamás encontrará o tratará de hallar un nuevo iluso a quien encomendarle la
espantosa tarea.
El autor no realiza esta historia por
otra razón que para prevenir a sus lectores de no dejarse engañar por el
Linternero, y a cerrar las cortinas de sus hogares en las noches, porque los
viajantes observan envidiosos a los mortales al pasar, y si es una noche
particularmente despejada y la luna brilla clara y blanca en lo alto, se podrá
ver a lo cerca o a lo lejos un pobre miserable andando, guiado por una débil luz seguido por una
infinita procesión, y si el viento no sopla y no hay risas felices que los
opaquen, se pueden oír los acallados lamentos de los viajantes y el
desacompasado vaivén que hacen los miles de pies en la terrible peregrinación.

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